Reseña: «La que escribe este libro» de Natalia Emilia, por Amanda Sotelo

Los párrafos que vienen a continuación fueron presentados el pasado sábado 7 de marzo, día en que se realizó el lanzamiento de «La que escribe este libro» de Natalia Emilia en La Clase Café. Las invitadas a comentar este día fueron las poetas Fernanda Meza y Amanda Sotelo. También se hizo presente el editor de Nadar Contracorriente, Claudio Chávez, y Alethia Valery, cineasta que filmó un cortometraje de Natalia recitando “He leído todos los proverbios chinos y sigo con la pera”, escrito presente en el libro. Solo faltó la presencia de Diego Ruiz, ilustrador de este título.

Agradecemos a Amanda Sotelo por compartir estas palabras e invitamos a leer «La que escribe este libro», disponible en librerías, tanto físicas como virtuales.

Cuando la Nata me pidió presentar su poemario “La que escribe” un montón de sentimientos afloraron con su proposición, el primero fue mucho amor hacia la Rusia, quien luego de varios años y procesos escriturales viene a sacar a la luz este libro. Recuerdo a Natalia trazar los versos, escribir con el ceño fruncido, conjugar ciertas palabras, tachar, escribir, borrar, volver a escribir.

Luego de evocar la memoria y el génesis de todo esto, una suerte de nerviosismo me invadió, nunca antes había presentado un libro y tal vez por eso mismo me tome mis tiempos. Leí durante toda una tarde, en el sillón, tranquila, evadiendo el sol de febrero. Termino las últimas páginas estirando la lectura. Cierro el computador, me quedo pensando, hilando cosas que encontré entre sus páginas, casi como una geografía de referencias que no sabía interpretar en primera instancia, pero que después de unos días entendí que era una telaraña, una red elaborada armoniosamente.

A través de sus páginas se va conformando un árbol genealógico, con mujeres anónimas pero que reconocemos, que podemos tocar, mujeres anónimas con un relato común. También aparecen  nombres como Judith Butler o Cecilia Pavón, generando un cruce, un canto a su vez con Sara Hebe. Repaso los versos, pienso en mis propias referentes, pienso en mi madre y mis abuelas, en la diáspora de sus vidas, veo a mis amigas viviendo conmigo y transitando por la casa, pienso en nuestra biblioteca y los nombres de mujeres que conforman nuestra literatura.

Voy al mueble, tomo a Sylvia Plath buscando respuestas que me ayuden a escribir este texto, con los dedos jugueteo buscando al azar, un poema-oráculo que me guie y que dice así: “Llevo los vestidos de una mujer gruesa a la que no conozco. Llevo el peine y el cepillo. Llevo un vacío. De pronto soy tan vulnerable. Soy una herida saliendo del hospital. Soy una herida a la que dejan irse. Detrás queda mi salud. Detrás queda alguien que quiere. Adherirse a mí. Pero yo desato sus dedos como vendas y me marcho”.

Termino los versos de Plath y me encuentro con Natalia, separadas por años y fronteras, pero unidas por esa herida que expuesta a la intemperie aún no logra cicatrizar, y que sin embargo pareciera sanar y resolverse solo por algunos segundos en el encuentro de mi piel, su piel, nuestras pieles y la escritura.

Aquella escritura como la de Natala que te envuelve en su tinta y te ensucia las rodillas, porque no pretende estar libre de ese polvo residual que no quiere verse alojado en los libros académicos, esa Natalia que no quiere verse encerrada en pequeñas paredes y dividida en secciones estratégicas y bien cuidadas

Este poemario se escribe a si mismo y a su vez describe la alteridad corporal, esa otredad que rasgando el lenguaje expulsa historias y relatos familiares y de amigas, revive a las vecinas, primas y ex compañeras de curso.

La poética de Natalia  nos invita a reflexionar en distintas capas, traspasa el dicho “lo personal es político”, lo intensifica y lo vuelve carne. Hace que miremos nuestra propia genealogía, nuestra raíz oculta e mujeres que silenciosas que correteaban con les niñes, que se sumían en el silencio de la cocina y de sus propios pensamientos mientras que con un cuchillo corta cebollas, zanahorias, papas.

Estos poemas no es para machos literatos latinoamericanos, que se paran desde el monte para profetizar de política y literatura, este poemario es una confesión y al mismo tiempo un grito de guerra, de maña, de ojos fijos y cejas fruncidas, de dientes afilados per de manos tiernas. Es una historia personal, una confesión, pero escrita por todas.

Poemas como bitácora de un viaje, pero que no va en línea recta por la carretera, sino que prefiere los abismos, prefiere el escape y las rutas alternativas. El peligro de no tener norte y atreverse a la escritura, donde el viaje es una herida es si misma, que no termina nunca y a su vez es un encuentro. En una Latinoamérica que confunde, en donde sus ciudades son pueblitos que se parecen entre si, y que ese encuentran, en la violencia, en la precariedad y en el grito.

Cuando una decide el viaje, incluso antes de cruzar la puerta del hogar o cruzar la frontera inventada, ya se ha desarraigado, se ha perdido la patria, y la cotidianidad del hogar, para ser un recuerdo tierno, algo incómodo, pero del que estamos condenadas a huir. Baudelaire dice “los verdaderos viajeros son solamente quienes parten para partir” Y Natalia sigue cruzando fronteras, habita el ser extranjera, y no solamente de la nacionalidad “chilena”, sino que de toda convención, de todo aspecto esperable, es deportada, de un país, de una patria que insiste en fijar reglas y modelos a seguir. Porque da lo mismo si es Chile, Colombia, México o Argentina, en ninguna parte estas segura, porque todas las ciudades se parecen, todas están ahogadas en sangre y fundadas  a punta de fierro, espada y cruz.

Este poemario no es de esos que son escritos para los poetas, para que sean comentados por los poetas y que sean comprados por estos mismos, este poemario es una ventada de vidrios quebrados, abierta desde todos sus aspectos para ser leída y fugarse de esa categorización de lo que es la poesía, de lo que tiene que ser escrito, de lo esperable. Este poemario es un grito en la calle, un abrazo de compañera.

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